La inamovible silla de don Valois


Esta es una colaboración para este blog de un excelente periodista y amigo

Por Paco Gómez Nadal
fgomez@prensa.com

Alonso Valois no es de Juradó, pero un día hace 26 años plantó su vida en la calle principal del “pueblo más bonito” de la costa pacífica colombiana limítrofe con Panamá. Al rellano de su casa saca su silla plástica en las tardes para ver pasar la vida... y la muerte.

Nunca ha movido su silla, ni su vida. Ha resistido todo y habla sin temor de todo. No se movió ni un centímetro durante las tomas guerrilleras de 1992 y 1999 -esta última liderada por un ya asesinado ex miembro de las Fuerzas de Defensa panameñas conocido como 'El pana'-; ni cuando los paramilitares ejecutaron a algo más de 50 personas en 1997; ni cuando ese mismo grupo asesinó al líder indígena Armando Achito en diciembre de 2000; ni cuando, a 100 metros de su casa, guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) ajusticiaron al alcalde Henry Perea, al pie del ruinoso Palacio Municipal, ni ahora, que ve cómo “el pueblo está sumergido en un estado de rapiña”.

Ejército de ocupación
“Estamos abandonados. Sí, hay mucha tropa del Ejército y de la Policía, pero estamos más inseguros que nunca, porque está regada. Es un Ejército de ocupación que ni siquiera nos permite el paso al cementerio para enterrar a los muertos”, refunfuña este hombre que, a pesar de la falta de motivos, sigue riéndose del destino adverso de este poblado.

La cicatriz más profunda que sangra entre los algo más de 2.500 habitantes de Juradó es la de la guerra. “Aquí hay como un rencor en la gente, como una violencia en todos que hace muy complicado salir de donde estamos”, se lamenta la recién estrenada alcaldesa de Juradó, Jenny Lucía Rivas, la octava en año y medio que ocupa un cargo salpicado por la corrupción y el descrédito, y desde el que se gestiona la bancarrota del municipio que una vez fue próspero a punta de caoba.

Juradó tenía siete corregimientos, además de la cabecera municipal, pero ya solo resiste Punta Ardita, con sus 45 atemorizados y atrapados habitantes en la nada. Los demás se han ido vaciando, desde que la guerra se instaló en la región a mediados de los 90.

Hoy, la única fuente de empleo es el municipio sin fondos para emplear, dos pequeñas empresas madereras que se han resistido al cierre, una veintena de cantinas y, por supuesto, la droga. Las benditas pacas que recalan en las playas cercanas y que hacen ricos por unos días a los que las encuentran y tienen suerte de no ser asaltados o retaliados.

Miedo a un ataque
Los rumores dicen que la guerrilla de las Farc va a volver al pueblo y la esperanza es que el cordón de seguridad militar implantado por el presidente colombiano, Álvaro Uribe, la evite.

Una brigada móvil contraguerrilla patrulla permanentemente la frontera y los alrededores del pueblo, aunque la realidad es que el problema no está controlado. “¿Qué hacen aquí?, ¿saben que la gente de este pueblo es bien huraña?, ¿tienen claro que este es un corredor de la guerrilla?”, espeta al equipo de La Prensa [diario panameño] el teniente de guardia en el amurallado puesto de la Policía.

La contundencia del mando policial es la que también muestran los habitantes, acostumbrados a no hablar con desconocidos. “Aquí todo el mundo tiene miedo, hay orejas de todos. Aquí mismo hay guerrilleros infiltrados y hablar tiene precio”, explica un colono de otras tierras que juega la baza de la economía de frontera.

Hay otros que son más optimistas y que creen que si no fuera por los políticos, Juradó levantaría cabeza. “Gracias a Uribe las cosas han cambiado, lo que pasa es que la gente no quiere entender”, defiende Walter Moreno, secretario de planeación municipal y propietario de varios negocios.

Los conflictos son múltiples acá. Entre uribistas y antiuribistas; entre militaristas y los que no aguantan un camuflado más; entre los que transan con el narco y los que claman por valores, y entre los indígenas y los afrodescendientes. “Para los negros, todos nosotros somos colaboradores de la guerrilla”, se queja un maestro emberá. “Los indios se han quedado con nuestra madera”, responde un trabajador negro. En el fondo, la pelea es por saber quién tiene la escalera para salir de esta trampa. Don Valois, sin embargo, asegura que él morirá en Juradó y de muerte natural. “Yo no le debo nada a nadie”.

Comentarios

jimmy rueda dijo…
me parece interesante el tema mas porque es algo de la realidad q se vive a diarioen nuestro pais y quien sabe en otros paises.
doy gracias por que hay gente q hace algo interesante a la lectura q nos motiva a leer.
(tengo 17 años)
y mas porque fue una tarea

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