Artículo que publiqué inicialmente en Otramérica
1. El dolor en mi alma
Me da rabia y una tristeza
profunda este país mío, esta Colombia urbana e influenciable por los grandes
medios masivos, que no es capaz de entender que los indígenas del Cauca no
quieren la guerra: no desean combatientes de ningún ejército cerca a sus casas,
no quieren enfrentamientos en sus tierras, no gustan de gente armada en sus
territorios ancestrales.
Y lo han dicho en forma
clara: no quieren a ninguno, ni a la guerrilla, ni a los paramilitares, ni a
bandas criminales, ni a narcotraficantes y ni siquiera a la fuerza pública del
Estado, a la cual consideran, igual que lo hace el Derecho Internacional
Humanitario, un actor más del conflicto colombiano.
Ese es el problema de estos días en ese departamento del sur de Colombia, así se puede resumir ese tropel. Los indígenas no quieren que su hogar, que es toda su tierra (la cual consideran su Madre, la mamá que les dio la vida), no esté invadida por combatientes de cualquier bando que alimentan el monstruo que –sabemos todos– es la guerra.
(Digo “estos días”
simplemente porque está en el ojo mediático, pero el lío de ejércitos armados
hasta los dientes atropellándolos, masacrándolos, violándoles todos sus
derechos, quitándoles su tierra y su tranquilidad, eso lleva décadas, cinco
siglos…)
Me hierve la sangre ver
el melodrama de algunos noticieros influyentes repitiendo imágenes en las
cuales los indígenas, para mí de forma muy valiente y digna, aparecen sacando arrastrados
a los soldados después de que se cumplió el plazo que les dieron para que
salieran de sus tierras. Incluso explotaron en forma telenovelesca las lágrimas
de un suboficial vestido de camuflado diciendo que se sentía humillado por la
gente.
Y más dolor aún, escuchar
las noticias que repiten y repiten anunciando que van a judicializar a los
indígenas por atacar a la fuerza pública, es decir, que los van a meter a la
cárcel. Por lo que mostró la televisión, los indígenas estaban desarmados, solo
tenían su bastón de madera y algunos, cuando se calentó la cosa, esgrimieron
machetes, pero no fusiles o pistolas, ni lanzaron siquiera un tiro al aire, no
hubo entonces una proporcionalidad con las armas de los otros en el supuesto
“ataque”.
Me fastidian esas prácticas
poco profesionales del periodismo que desconocen y tiran a la basura criterios
esenciales como el equilibrio informativo, la presentación equitativa de
versiones y dar espacio a una diversidad de voces que ayuden a entender
realidades tan complejas.
Por eso no me dan ganas de
ver ciertos medios, aunque como periodista y profesor universitario que soy les
insisto a mis estudiantes que deben hacerlo…
2. Neutralidad y respeto a su autonomía
Insisten desde el
gobierno y el establecimiento, y por supuesto también muchos ciudadanos en este
país, que el Ejército Nacional es una institución pilar del Estado y de nuestro
sistema democrático, y que no tiene vedada su presencia en ningún lugar del
territorio colombiano. Sí, es verdad, y no se niega ni se está en contra de su
labor, la cual es la defensa de la nación, tarea necesaria que reconocemos como
legítima y legal.
Pero hay que entender,
como lo ha entendido el movimiento indígena del Cauca, que el Ejército no ha
podido sacar a la guerrilla de esa zona y que, por tanto, la defensa de su
sociedad no es efectiva. Por el contrario, la presencia en sus territorios se
ha vuelto un factor de riesgo porque el Ejército y la propia Policía Nacional
tienen sus campamentos, comandos y trincheras en medio de las comunidades, en
las mismas calles y caminos por donde los niños tienen que ir a la escuela.
Al querer que no estén en
sus regiones ni el Ejército ni la guerrilla de las Farc, los indígenas están
defendiendo su neutralidad frente a quienes hacen la guerra y su autonomía para
tomar decisiones en sus territorios, dos conceptos por los que luchan desde
hace casi dos décadas y que han tenido un desarrollo importante a partir de la
Constitución de 1991.
El Cauca siempre ha sido
una región importante para diversos intereses económicos, políticos y
militares, y su valor estratégico por su ubicación y riquezas naturales la ha
hecho epicentro de las disputas más agrias por parte de bandos que están en la
legalidad o fuera de ella.
La neutralidad y
autonomía la defienden el conjunto del movimiento indígena colombiano frente a
todos aquellos que de una forma u otra afectan con su ideología o acciones a
los pueblos originarios del país. En el Cauca las comunidades y los líderes son
más radicales en la defensa de esas posturas porque hay una larga tradición de
organización popular.
Así que esa posición de
rechazo a la guerra y defensa de su tierra tampoco es cosa nueva: es extraña e
inexplicable para quienes no conocen la historia de estos pueblos ni son
solidarios con sus anhelos. Y como no saben nada de ellos, fácilmente asumen
como válidos discursos simplistas y fáciles para la propaganda, como esos que
pregonan que los indígenas están infiltrados por la guerrilla o responden a sus
intereses.
Los indígenas han sido muy
claros en manifestarse en contra de las Farc y en exigirle respeto por las
comunidades y la salida de sus zonas. A mi modo de ver, porque sacaron a unos
soldados de su puesto no se puede creer que están aliados con la guerrilla, cuando
de todas las maneras posibles han manifestado rechazarla.
Para entender la actual
coyuntura de rechazo a la fuerza pública hay otro agravante: el Ejército y la
Policía, a través de algunos de sus miembros y a veces respondiendo a intereses
particulares muy claros de terratenientes, han incurrido en otros momentos de
la historia en toda clase de atropellos contra la población indígena,
comportándose allí –idéntico a otros sitios del país– como ejércitos de
ocupación, como huestes invasoras. Eso no lo olvidan los indígenas, para
quienes preservar la memoria sobre lo ocurrido no es un asunto desechable ni
secundario.
3. La sociedad civil y el conflicto armado
Todo esto me hace
recordar a la comunidad campesina de La India, un pequeño pueblo a orillas del
río Carare, en el Magdalena Medio colombiano, que a mediados de la década de
1980 vivió una situación similar y actuó en forma parecida para buscar ella
misma la paz.
Por entonces el conflicto
armado era igual de violento y las personas de allí, desesperadas, no sabían qué
hacer. La decisión de la comunidad fue hablar con todos los bandos en contienda
(Ejército, guerrilla y paramilitares) y exigirles que respetaran a la gente y a
los territorios.
La cosa no fue fácil,
pero lo lograron después de mucha tensión, de mucha insistencia. A diferencia
del Cauca, tuvieron la ventaja de estar en una zona más olvidada y, por tanto,
sin que tanta gente que no sufre a diario los estragos de la guerra estuviera
encima opinando y hablando cómodamente desde una oficina en el centro de
Bogotá.
Me parece que uno de los
problemas graves de la situación actual del Cauca es que la Colombia urbana no
entiende al mundo rural, que los blancos –que son mestizos en realidad– no
comprenden que la racionalidad indígena es distinta a la suya y que poderosos medios
de comunicación incurren en una sacralización exagerada de las instituciones
estatales cuando lo que menos ha habido en las zonas indígenas es precisamente
Estado.
En La India hubo paz
durante casi una década, hasta comienzos del año 2000, cuando las Farc irrespetaron
los acuerdos y volvieron a atropellar a los campesinos.
Pero la experiencia de
esa comunidad que en forma autónoma buscó alternativas de paz dejó enseñanzas: “Si
toda la gente se uniera y tomara el mismo pensamiento, sí, podría haber paz en
Colombia. Si fueran neutrales, si nadie le hiciera ningún favor a ningún grupo.
Por eso a nosotros aún nos respetan como Asociación”, me dijo hace unos años Isabel
Cristina Serna, por entonces secretaria de la junta directiva de la Asociación
de Trabajadores Campesinos del Carare, el grupo que creó la comunidad de La
India para adelantar ese proceso de paz sin mediación de nadie distinto a ellos
mismos.
Hoy los indígenas del
Cauca están decididos a ensayar el mismo camino y por eso el ultimátum al
Ejército y a la guerrilla para que salgan de sus territorios porque si no los
sacarán ellos mismo, como ya empezaron a hacer.
Lo que les corresponde
ahora es ir a los campamentos guerrilleros y hacer lo mismo para callarle la
boca a ese país que no los comprende ni es solidario con su causa. (Pero eso no
lo tengo que decir yo, ni nadie, pues ellos tienen suficientemente claro lo que
deben hacer).
Cuando se les ataca y hay
indolencia por parte de la sociedad colombiana frente a estas luchas indígenas,
la sociedad misma está confiando en que el conflicto armado lo va a resolver el
Ejército por la vía militar. Van más de 50 años, los 10 últimos con todo a su
disposición para hacerlo, y no ha podido. ¿Acaso no será ya el tiempo de que la
sociedad actúe, como lo hacen estos valientes del Cauca?
Yo solo pido a mis
compatriotas que entiendan que esos otros compatriotas indígenas están hartos
de la guerra dentro de su casa y que con las protestas de estos días buscan
ellos mismos explorar nuevos caminos de paz para su gente. ¿Imposible lograrlo?
No sé. Difícil si es, pero al menos lo quieren ensayar y les deberíamos
respetar esa decisión, que para nada afecta la soberanía nacional, ni la
supervivencia del Estado y menos aún la dignidad del Ejército colombiano.
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